Sentimientos de inferioridad

Los sentimientos de inferioridad nos hacen vulnerables, agresivos e infelices y oscurecen nuestra belleza.

¿Me siento inferior? Cuando me doy cuenta de que este sentimiento está instalado en mí, es necesaria una reflexión para después pasar a la acción. ¿Para qué me siento inferior? O ¿por qué me siento inferior? Estos sentimientos pueden ser derivados de defectos físicos o estéticos y se ha aprendido a vivirlo como algo vergonzoso, humillante, indigno. Otras veces no es un defecto físico sino los sentimientos de vergüenza y abandono instalados en el niño/a cuyo origen está en el entorno familiar, la infancia, el pasado, el ámbito social dónde nos hemos desarrollado, etc.

Esta limitación nos produce un rechazo que no somos capaces de asumir ni aceptar, provocando vivencias internas de desasosiego, desamparo e incluso de agresión hacia nosotros mismos y también hacía los demás. Buscamos una seguridad insana intentando ser perfectos ante los demás. Un esfuerzo tremendo que termina en frustración, pues no se recibe lo que se espera. A veces este sentimiento de inferioridad nos desborda de tal manera que nos produce consecuencias como la inestabilidad emocional y la inseguridad que nos hace dependientes de la aprobación del otro de manera constante.

La solución a este problema es ser consciente de ello y, considerar la situación más desde el lado positivo que desde el negativo. Y esto ¿qué significa? Pues que tenemos que educarnos desde la gratitud a darnos cuenta de que tenemos más de lo que carecemos evitando con esta visión las comparaciones con el otro, empoderarnos con lo que somos y aceptarlo.

Los sentimientos de inferioridad son un efecto que se produce en personas con la autoestima dañada desde la infancia por las comparaciones con sus hermanos mayores o pequeños, desembocando en un desmesurado afán de destacar siempre con el anhelo de ser visto por los demás, principalmente por el padre o la madre.

Las edades más peligrosas en las que se pueden desarrollar estos sentimientos de inferioridad son la infancia y la adolescencia. Es importante pues, ayudarles y acompañarles a ser personas seguras y libres.

En algunos niñ@s y adolescentes aparece el efecto contrario, compensando el sentimiento de inferioridad con el de superioridad provocando actitudes presuntuosas y arrogantes que se manifiestan en el trato hacia el otro con muy poca o ninguna consideración. Son personas que exageran sus méritos y capacidades siempre que pueden, hablan de manera que motivan admiración, fingen despreciar al otro con críticas, todo esto con un solo objetivo, la venganza. Una venganza inconsciente que los lleva directamente al narcisismo más frustrante.

Así las cosas, tanto la baja autoestima como la alta autoestima son destructivas y tienen como resultado personas psicológicamente insanas.

 Se trata pues de educar al unísono la parte racional, la parte emotiva y la parte instintiva que todos tenemos.  Porque si centramos nuestra atención sólo en una o dos de esas partes, siempre habrá otra que desestabilice al conjunto como persona íntegra.

Es importante, pues, que tanto padres, madres y maestros tengan presente las actitudes de sus hijas/os y alumnos/as para que los modelos de éxito no se reduzcan sólo a una parte de la vida de la persona, sino al conjunto. Y me refiero también a los padres y madres como ejemplos que tienen sus hijos/as a seguir. Es decir, no centrar los resultados de la educación sólo en el reconocimiento social y/o económico, sino también y quizá el más importante en el desarrollo emocional. Se trata de educar a personas para que sean íntegras y estén satisfechas con lo que son y quieren llegar a ser.

 

Felicidad García - Terapeuta Gestalt

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